Resumen
«¿Cuál, en la dichosa edad presente», inquiere Góngora, «mano tan docta de escultor tan raro / vulto de ellos formara»?, tras enumerar diez materias muy sólidas, tan preciosas como contundentes: marfil, mármol, ébano, ámbar, oro, plata, cristal, aljófar, zafir y rubí, que elige para adornar el «bronce imaginado», esa «prima pompa de la esculptura» de la «dulce [su] enemiga»1. Teme, empero, nos dice, que por duras que sean, la figura creada con ellas se derrita como cera al sol ante la Clori de carne y hueso (vv. 12-14)2. Comentando el pasaje se pregunta, a su vez, Jorge Guillén, en qué escultor pensaría el joven poeta (2002: 75). Góngora, sin embargo, se limita aquí a traducir un pasaje de un soneto de Ariosto3. Creo, no obstante, que se ve a sí mismo en metáfora de escultor, lo cual me lleva a pensar que la felicidad de la dichosa edad presente (referencia que no figura en el modelo ariostesco) reside en que tanto Clori como don Luis viven en ella. Imbuido del optimismo y alegría de su juventud, Góngora celebra aquí a Clori, mujer real o imaginaria, concentrado y sinécdoque de toda la belleza del mundo, pero se celebra también a sí mismo.